Este subgénero del retrato, ha cautivado a muchos, y es cada vez más popular en las redes, sobre todo entre jóvenes autores que han llegado a destacar en eventos como “15 under 15” organizado por la comunidad Flickr o “25 under 25”, organizado por la comunidad Adobe.
Para profundizar un poco más en lo que mueve a estos artistas y por qué hacen lo que hacen, debemos empezar por el principio (Seré breve, os lo prometo).
El Autorretrato en la Historia
Tiempo atrás, cualquier artista mínimamente reconocido, contaba con al menos una obra de autorretrato. Pintores, escultores… Los músicos no podían, pobrecillos.
¿Por qué lo hacían? ¿Por ego? Quizás. Pero más probablemente por miedo. Por miedo a no dejar una huella en la historia, como así lo hacían sus retratados.
El artista no pagaba su propio sueldo, sólo el coste en materiales, así que en sus ratos libres, creaba la obra que sería, probablemente, la más personal de su carrera, en una mezcla de miedo, frustración, y amor hacia su arte.
Era la única manera que tenían de que su rostro quedase plasmado en un fragmento de historia, como un legado hacia las generaciones venideras. Tolstoi dijo una vez:
Nadie que escriba algo que merezca la pena, puede escribir en paz.
Eso puede aplicarse a cualquier forma de arte.
El Autorretrato en Fotografía
Hoy en día, cualquier teléfono móvil tiene una cámara. Probablemente nuestras redes sociales tengan cientos de fotografías en las que aparecemos, sacadas por nosotros mismos, en los famosos selfies, o por cualquier otro.
En un viaje en pareja a la playa, se tienen hoy más fotografías que hace unos años en todas las vacaciones. Entonces, ¿Por qué un fotógrafo querría hacerse un autorretrato?
¿Quizá para ahorrar al renovar su carnet de conducir? ¿Tal vez para probar el foco de su nuevo objetivo macro? (Esto nunca sale bien). ¿O quizás para tener una foto de perfil donde salga más cámara que cara? Por Dios, todos esperamos que no.
En un autorretrato puede existir un motivo más elevado, o más profundo, según cómo quiera verse. Se trata del autorretrato artístico. ¿Pero qué es un autorretrato artístico? Para definirlo, voy a traducir directamente las palabras del autorretratista Ben Zank:
Un selfie es apuntar a tu cara con tu teléfono. Un autorretrato es una imagen de tu alma
Profundo, ¿verdad? Ilustrémoslo con un ejemplo del propio Ben:
El Autorretrato Artístico
Vamos a meternos en la piel de estos artistas. Tenemos una corta edad, una cámara de fotos, y mucho interés por el arte y la expresión visual. No tenemos experiencia ni contactos, y sólo queremos experimentar… ¿Qué es lo único que nos queda? Exactamente, nosotros mismos.
Y así, en un ejercicio de autoexploración y aprendizaje autodidacta, empieza la carrera artística de muchos autorretratistas (que puede que después acaben mostrando interés por otros géneros de la fotografía, o del arte en general).
Este tipo de artistas, ven su propia obra como un lienzo, con una potente carga comunicativa. Tratan cada fotografía con mimo, como si de un cuadro se tratase, para llegar a un resultado que agrade a la vista y a la mente.
Al ser obras de por sí muy personales, sus autores les tienen un apego especial, por la idea que representan, porque son ellos mismos quienes la han representado, y por todo ese ejercicio de desarrollo en soledad que les ha llevado a ese punto. Han recorrido un largo camino para llegar hasta esa imagen, hasta ese concepto en concreto. Si nos ceñimos a la frase que encabeza este artículo, literalmente han puesto su alma en esa imagen.
Es por eso que, especialmente en este género, no se ve con buenos ojos el “plagio” de imágenes, considerándose como tal, el mero hecho de representar el mismo concepto, o la misma idea.
Artistas de talla notable como Joel Robinson se han enfrentado en numerosas ocasiones a este problema, no sólo por copias de imágenes, sino que de vez en cuando, alguien inserta otra cara en una imagen ya trabajada, y la sube a la red con todos los derechos reservados. Y eso, además de ser un acto de por sí ilegal, es un insulto al trabajo del artista original. Joel Robinson – Cuando la imitación deja de ser halagadora.
Ventajas e Inconvenientes de Ser tu Propio Modelo
Sabemos que los autorretratistas se utilizan a sí mismos por algo, si no, no seguirían haciéndolo, ¿no? ¿Pero qué es ese algo? ¿Cuáles son las ventajas que les ofrece el ser ellos mismos quienes protagonicen la fotografía? Vamos a intentar sacarlas a la luz:
En primera instancia, el ser tu propio modelo te asegura que el modelo entiende el concepto a representar, y que se va a adecuar al mismo con su acting.
Además, el modelo jamás tendrá problemas de horarios, ni llegará tarde a una sesión. Ni se cansará antes que tú y querrá terminar. E incluso te ayudará a cargar el equipo (Qué amable). Es más, ni siquiera tendrás que buscar un modelo, o preocuparte de su vestimenta, ni de que sea más alto o más delgado que en sus fotos de perfil. Sabrás exactamente cómo es.
Es más, si un día se te ocurre una idea peregrina a las 5 de la mañana, después de despertarte de golpe de un sueño turbulento, y quieres representarla en ese mismo momento, ¿Quién te lo impide?
Empezamos a ver que hay muchas ventajas, pero… también hay muchos inconvenientes. Vamos con ello:
En una sesión, estás solo. No tienes asistentes, técnicos, modelo, ni nadie que te ayude con el material, los encuadres, etcétera.
No puedes ver la foto terminada hasta que ya está hecha. Esto te lleva a aproximar posiciones y tamaños e ir adaptándolos sobre la marcha.
En muchas ocasiones deberás moverte del escenario hacia detrás de la cámara para ir viendo tus progresos, y esto hace que pierdas mucho tiempo. En un estudio quizás no es tan problemático, pero en una localización usando luz natural, es un verdadero reto.
Estar Delante y Detrás de la Cámara… ¿Es eso Posible?
La respuesta corta es sí. La respuesta larga es… Sí, con ciertos trucos.
En primer lugar necesitamos poner nuestra cámara en una superficie estable, idealmente un trípode, ya que así podremos manejar los movimientos de cámara a voluntad. En caso de no tenerlo, valdría con cualquier “sandbag” del mercado.
Vale, tenemos la cámara fijada, ahora… ¿Cómo enfocamos algo que no está ahí?
Pues haciendo un truco que sorprenderá a algunos, y será obvio para otros… Poniendo algo ahí. Un oso de peluche, una rama de árbol, un trípode que nos sobre, a nuestro perro Calcetines… da igual. Lo que necesitamos es un punto de referencia para fijar el foco de la cámara. ¡Y que no se nos olvide pasarlo después a manual!
Listo, tenemos el encuadre, tenemos el foco. Ahora sólo tenemos que ponernos en el lugar, y que la cámara dispare…
Un momento. La cámara no sabe cuándo estamos en el lugar. Y tampoco sabe dispararse sola. Esto es un problema añadido. ¿Cómo podemos solucionarlo?
Existen tres maneras de solucionar este problema:
- Disparo automático por tiempo: Muchas cámaras disponen de este modo, inicialmente ideado para las fotos de grupo, en las que el fotógrafo también querría salir. Vamos a aprovecharnos de él.
- Disparadores remotos: Existen de muchos tipos y marcas. Idealmente, yo recomiendo los disparadores inalámbricos por radiofrecuencia. Los que funcionan por cable están más pensados para fotos de bodegón y de estudio, ya que son más “precisos”, pero no queremos salir en nuestra foto con el cable en la mano, ¿verdad?
- Modos de detección de expresión: El menos utilizado por los autorretratistas artísticos. Algunas cámaras modernas “detectan” la sonrisa, para sacar la foto en ese momento. Es un modo que simplemente no nos sirve en este tipo de fotografía, así que lo daremos por descartado.
¡Listo! Ya hemos solucionado la parte técnica. Tenemos un soporte, tenemos el foco, y tenemos el disparador. Ya sólo nos queda ponernos delante de la cámara y… ¿Sonreír?