El título da pié para adelantarse y decir que la cámara tiene que tener muchos kilos de megapíxeles y que, mientras más grande sea la maleta, llena de artilugios fotográficos de toda índole, mejor serán las fotos.
Estarás pensando también que saldré con la idea de que ni el tamaño ni el precio importan, para decirme que soy otro de esos que hace sus fotos con su teléfono y anda muy cómodo diciendo que es profesional. Y lo mejor de todo es que, ¡no te equivocas! Pienso así: lo de menos es el equipo fotográfico. Prefiero fotógrafos con una cabeza bien amueblada y una persona que quiera estar más cerca del lugar, que esos folletos de los últimos modelos que la B&H neoyorquina ofrece. ¿Quieres saber por qué?
Seguirás leyendo estas líneas para encontrar el momento en que diga que, con Instagram el mundo está resuelto y que, cualquiera hoy en día es fotógrafo, para entonces ya, pasar página y olvidar esta entrada del blog. Pero no es así. Me encuentro, digamos, a medio camino de todo: no creo que por el hecho de abrir una cuenta en alguna red social relacionada con la imagen se convierta uno de forma repentina en un artista, pero tampoco creo en la fantasía de pasar a ser maestro de la lente por el hecho de comprar una cámara que alcance los 50MP.
Por lo menos, en la fotografía de viajes las cosas suceden de otra manera. No estoy seguro en otros ámbitos de esta profesión, territorios que no he caminado tanto como dentro del ámbito de reportajes relacionados con el hecho de respirar otros lugares, acercarse a ellos, husmearlos hasta lograr casi tutearlos y poderles llamar por su nombre.
Pero, así como no creo que los pixeles y los kilos de la maleta conformen un buen fotógrafo, tampoco creo que lo haga aquello de reservar un paquete turístico que permita sin más visitar lejanas esquinas del mundo para sacar la ametralladora fotográfica.
¿Y si equilibramos todo? Tal vez es una buena idea una negociación donde la cámara tenga una cierta calidad y un límite de kilos de equipaje, con una red social o página web dónde compartir lo visto, todo mezclado con algunos buenos modales para realizar el trabajo mientras se viaja. Me refiero a buenas costumbres como persona y fotógrafo.
1. Actuar con respeto
La gente que fotografías en tus viajes no son modelos. No están ahí expresamente para que tu imagen quede perfecta. Por otro lado, la cultura del país que estás visitando no tiene por qué adaptarse a tus necesidades. Ellos estaban ahí antes que llegaras tú. Están haciendo su vida normal: no despertaron ese día para salir en tus fotos ni “decoraron” el sitio para tu producción.
Por otro lado, piensa que una cámara es un elemento que puede intimidar. No sólo estás inmiscuyéndote en su vida, sino que además, les estás haciendo fotos. Si buscara un ejemplo de alguien entrometido, ¡yo pensaría a bote pronto en un fotógrafo!.
Trata de integrarte poco a poco en el paisaje, en lo que está sucediendo. No hay que correr y disparar como si el mundo se terminara en ese momento. Intenta fluir con el ambiente del sitio y en la medida de lo posible, sin llamar la atención.
La cordialidad y una sonrisa sincera siempre atraerán mejores imágenes que la última réflex del mercado y, poder hablar algunas palabras del idioma, nunca viene mal, al contrario. Los temas religiosos, las costumbres locales y los problemas sociales requieren de un buen corazón, aquel que esté cerca de las personas. No necesitan un fotógrafo parapetado detrás de una lente. Si logras lo primero, es seguro que la cámara pase desapercibida posteriormente.
2. Piel de fotógrafo
Detrás de esa persona “educada”, es cierto, hay un animal que necesita fotografiar lo que ve. Es una necesidad por comunicar lo vivido y no se trata de someterlo a base de buenos modales. Hay que dejarlo respirar, permitir que se exalte cuando aparece un momento inesperado –esos breves instantes de algo que no sucede con frecuencia-, captar a la gente discretamente, disfrutar de la luz cuando inunda un paisaje urbano o natural…
Se trata también de llevar la mirada puesta en el entorno. De aprender a ver dos cosas al mismo tiempo: por un lado aquello que ha llamado tu atención y deseas captar, y por otro, la cuestión técnica de la toma. Son inseparables y llevar con soltura ese matrimonio, permitirá que no dependas tanto del equipo fotográfico que lleves contigo.
Un buen ojo debería saber leer las necesidades técnicas que te exige la escena pero, también debe incluir una atención que esté plenamente concentrada en el lugar que se está fotografiando para adelantarte al momento o saber esperarlo, e incluso influenciarlo. Un buen retrato o una fotografía callejera muchas veces viene cargada de alguno de estos “trucos” fotográficos. Digamos que se trata de un Photoshop natural in situ.
3. Pensar en un guión
El escritor Alain de Botton planteó en su libro El arte de viajar, muchos de los tópicos que cargamos al viajar. Uno de ellos es aquel en que debemos de ver todo lo que el destino del viaje incluye, una aventura casi imposible que sólo puede tener como destino la frustración. Si aplicamos esto mismo para el tema de la fotografía, creo que llegamos al mismo punto: acumular pixeles en las tarjetas de memoria asegurará que se escaneó el lugar pero no significa una experiencia positiva propiamente.
Empacar en el equipaje de viaje una temática al trabajo fotográfico es una de las mejores ideas, es algo parecido a llevar un pasaporte con validez. Pensar una idea en concreto e ir tras ella no sólo se reflejará en un trabajo fotográfico bien construido, sino que incluso tu experiencia del propio viaje será más completa.
Encontrar el tema tiene que ver por supuesto con tus inquietudes. No busques afuera, busca dentro de tu cabeza y corazón. Una ciudad puede abordarse a través de su arquitectura, pero no lo hagas de forma tan general: tal vez pueda ser a través de edificios de un momento histórico en particular. La gente también puede ser otro gran motivo para tu trabajo, ya sea a través de retratos donde entables relación directa con las personas que fotografíes o “robadas” en plena calle. El trayecto mismo hasta el destino, el arte o el paisaje, incluso los carteles de las calles o pequeños detalles que tú mismo te plantees para buscarlos durante el viaje son algunas ideas para ese guión de viaje. Y al mismo tiempo, intenta documentarte sobre lo que has elegido: ver el trabajo de otros fotógrafos y leer algo sobre el lugar y el tema en concreto son un par de ideas para comenzar a trabajar antes de salir de viaje.
En mi último reportaje que realicé para National Geographic Traveler Latinoamérica (marzo 2015) me centré en los mercados de París. Fue una manera ideal para adentrarme a la cotidianidad de la vida de la capital francesa, una ciudad que se me presentó de esta forma sin maquillaje alguno.
El guión concreto de mi viaje permitió centrar mi energía y mis necesidades en una sola faceta de la ciudad. Mi mirada estaba más tranquila que si la hubiera colocado frente al estrés de fotografiar todo París: Torre Eiffel, si, pero también el Sena, sin olvidar Montmartre y el Louvre. Visité esos lugares, pero mi trabajo fotográfico tenía sus tareas planeadas y no caí en una locura.
En cada día que duró el viaje, puse en práctica los tres puntos de este artículo: respeté el entorno de cada uno de los mercados que visité, llevé mi piel de fotógrafo día a día y construí un guión de viaje creado a partir de una previa necesidad propia y un trabajo de investigación. Y si, también hice aquello de no cargar kilos de equipo. Mediante una ligera Fuji X-e1 y por momentos de un Iphone, conformé un reportaje muy completo. Apliqué la receta de este artículo, curiosamente en los mercados parisinos, sitios de donde salen los ingredientes de las famosas recetas de la cocina francesa.